¿De qué está hecho un espectro? De signos, o dicho con mayor precisión, de marcas; de esos signos, cifras o monogramas que han sido grabados en las cosas por el tiempo.
— Giorgio Agamben
Mi interés por escribir acerca del trabajo de Luis Campos es también el interés que siempre me ha causado la obra de artistas que poseen, de alguna manera, una relación con el fantasma.
El fantasma de Luis Campos en particular, una tiniebla luminosa y compleja, parece haber nacido de una vasta multitud de desgastes o de la infección de la memoria; su extraño tiempo corta, como un láser, la membrana que separa a la nostalgia del vértigo y hace patente una suspensión específica del campo compartido entre ciertas prácticas del dibujo y la pintura actuales.
El despliegue presente de una legión de formas dispuestas a la traducción gráfica, ya sea bajo la lógica del barrido del esténcil, la aguja del tatuaje o el backlight de la pantalla, nos hace pensar en un origen compartido del plano vectorial. Una vida de las curvas precipitada sobre superficies en menor o mayor medida vulnerables al corte y a la invasión.
El rasgo nervioso que distribuye aceleradamente los elementos de su dibujo hace caso omiso a nuestra capacidad de darle alcance, dotando a la obra de un casi instantáneo zoom in y zoom out: un tipo de afiche que es también una miniatura. La trama atómica de su visión del plano genera frecuentemente una vorágine de humores donde todo es fluido: la agridulce coexistencia de las lumbres, las telarañas y los humos.
Sin embargo, en un sector de su pintura, una operación disímil aparece. Si en su dibujo la ondulación continua afila los bordes y los torna luminosos, en su pintura aparece con frecuencia un impulso contrario: la desaturación, la palidez y la pérdida mediante la producción del blanco.
De alguna manera, el trabajo rememora las coordenadas que David Batchelor encontró para una visión del arte cuyo péndulo siempre sería el paso entre lo luminoso y lo gris: el asunto de pensar que las fugas de aproximación al gris son en realidad instantes de transformación del tiempo. A veces, recordarán al fin de los relatos, y en otras ocasiones, a sus orígenes más remotos.
El mundo de figuras creado por Luis Campos está lleno de coincidencias y poblado de fantasmas. Es fácil sentirse familiarizado con el repertorio de apariciones que encontramos en su obra. No siento que necesitemos nombrarlas, las reconocemos al instante. Este scroll de vistazos deja también la marca de una breve intoxicación, producto del aguijón minúsculo de una mancha minúscula. Se trata de un pequeño precio a pagar por la generosa zozobra de esta obra llena de asombro y de curiosidad; este circuito curvo y multinivel que el artista ha generado para recorrer su vertiginosa imaginación y que está lleno de vueltas agudas y de extrañas esquinas, del camino de la aguja y el de su sombra.