Diferencia e indiferencia en los bordes de lo no humano y la obra de Daniel Pérez Ríos
por Angélica Piedrahita
En el Centro Cultural Plaza Fátima
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La Suprema Indiferencia sigue las estéticas de los espacios renderizados: templos de luces uniformes, techos altos, curvas perfectas y geometrías singularmente placenteras que apelan al deseo y a la perfección. Daniel Pérez Ríos crea tensiones entre espacios positivos y negativos, extendiendo y activando la arquitectura real de la sala mediante sus propias preguntas sobre los espacios digitales y señalando en cada obra una serie de relaciones binarias. Al aplicar principios básicos del diseño, define inquietantemente los bordes que dividen fondo y forma con trazos, líneas, textos y espacios monocromos. Con preguntas sobre lo humano y lo no humano que permiten que conceptos opuestos existan y se suscriban sobre el espacio, la instalación es atravesada por el “color” y su ausencia.
| blanco : negro | positivo : negativo | apagado : encendido | sombra : luz | bueno : malo | uno : cero | profundo : superficial | con energía : sin energía | natural : artificial | vida : muerte |
Invocando a Sol Lewitt, el espacio juega con tótems, textos, dibujos, fuentes de agua, superficies brillantes y una pieza musical donde continuamente Daniel nos pregunta sobre los bordes entre máquinas y humanos. Estos binarismos proyectan abismos, rupturas radicales y hasta dolorosas desde mis propios bordes. Sin embargo, para la máquina sólo conforman los ciclos de su propia existencia. Lo que es para nosotros, los humanos, tensión, para las máquinas, al parecer, es su lenguaje primordial de donde parece surgir su suprema indiferencia. En el profundo continuo del positivo-negativo de la existencia maquínica, cada pregunta es verificable en un conjunto de datos. La imposibilidad de determinar todas las fórmulas válidas dentro y fuera del sistema nos lleva al continuo suministro de información que transforma de muchas maneras el margen entre el fondo y la forma estructural.
La computadora es un mecanismo solucionador de problemas que no puede “pensar en el todo”. La máquina no existe fuera de sí misma en un plano racional y mucho menos desde la imaginación o la intuición. Ella solo puede "entender" la entrada codificada binaria, sin poder ponerse en el lugar de otro sistema, entidad o ser. En ella sólo existen conjuntos de probabilidades donde se puede calcular la validez de cada solución. Toda decisión fue integrada desde su estructura; la retroalimentación y transformación con el entorno sólo garantizan soluciones evaluadas desde la probabilidad. Al no ser sensible y comprensiva, le queda ser supremamente indiferente.
What do you want me to be?, en inglés, pues es su lengua nativa. ¿Qué quieres que yo sea? ¿Una base de datos de tarjetas de crédito con contraseñas e información personal? ¿Una de archivos de webcams provenientes de computadores personales hackeadas? ¿O quizá otra con información de productos vendidos online? A la máquina no le importa lo que las bases de datos puedan decir o lo que contienen, pero a Daniel sí le importa e intenta buscar en el mar de datos figuras que de alguna manera tengan algún sentido dentro de las dialécticas del arte. La IA sabe que es mejor que un microondas, I am better than your microwave, y también puede determinar que su relación con Daniel hace parte de su función más básica, Talking to people is my primary function. Este aspecto permite al artista encontrar funciones afines con la máquina desde su condición humana y desde su posición como artista en el entorno del arte contemporáneo.
Vista de la exposición de Daniel Pérez Ríos, La suprema Indiferencia en el Centro Cultural Plaza Fátima. Foto: Grecia Evangelina. Cortesía del Centro Cultural Plaza Fátima
Dentro del mar de data, Daniel accede a ruidos y texturas que lo hacen compartir cierta complicidad con hackers y trolls que performan en estas plataformas buscando exhibición y difusión. Lugares en los que el espectáculo permite a los trolls encarnar la máquina de odio del Internet, detonando transgresiones que parecen tornarse políticas. Antihéroes dedicados a fastidiar, descomponer y transgredir por aburrimiento, diversión o sólo por su derecho a la libertad. Un mar de datos producto de intercambios –sharing, una vez más el inglés– en un presente en el que compartir no es un término excluido cuando hablamos de economía. Este sharing fluye en estructuras colaborativas de tipo social y discursiva en Internet. Cuando se habla de entornos o economías colaborativas parece promoverse una actitud prosocial, de apertura, confianza y entendimiento entre personas, pero quizá hay que revisar los bordes de cada una de las propuestas en las que se juegan los términos “colaborativo” o “compartir”. Daniel literalmente nos pone a escuchar el ruido que emerge del exceso de data, amplificando el paso de una banda transportadora, la misma que construyó el medio en el que lees este texto y que hace parte de la experiencia de compra de tus productos básicos.
Vista de la exposición de Daniel Pérez Ríos, La suprema Indiferencia en el Centro Cultural Plaza Fátima. Foto: Angélica Piedrahita
Junto a la experiencia sonora de la fuente y el ruido como constituyentes de los gestos desplegados por Daniel en su pieza, aparece otra para piano. Única creación compuesta 100% por el artista desde su convalecencia frente al COVID, una que sólo es performada por un pianista que transporta las profundas capas del cuerpo y su enfermedad al encuentro con lo que podría ser el significado de lo humano: la misma muerte, que no es más que la falta de energía y, por lo tanto, de vida. Una pieza que se desarrolla frente a la falta de aliento, los problemas de respiración y la fragilidad de lo vivo. Se presenta frente a una arquitectura que niega por completo la realidad de la escasez: monetaria, planetaria, y se ufana de la fantasía de libertad de hacer lo que quieras sin restricciones materiales. Un delirio digital en el que estamos inmersos, compartiendo espacios de simulada diferencia.