Castles: la greigeización de la arquitectura, Débora Delmar
por Verana Codina
En LLANO
->
Tiempo de lectura
4 min
En el recorrido de mi casa al metro hay aproximadamente cuatro edificios en los que me gustaría vivir. En el de mi trabajo al trolebús hay dos y en el de mi casa a la natación no hay ninguno. De mi casa a casa de mi mejor amiga hay seis y de su casa al Oxxo hay uno.
Mi fijación por la arquitectura de la Ciudad de México me ha orillado a medir distancias a través de una bitácora en las notas de mi celular, donde guardo un registro con breves descripciones de los lugares que me gustan y sus direcciones. Anotaciones simples como “casa art decó granito rosa y macetones, durango 348” o “amado nervo 50 (reja de elevador argentino)” pretenden ser recordatorios para un futuro en el que si vuelvo a toparme con ellos, pueda reconocerlos.
Observar detalles y aprender a distinguir patrones de ciertas escuelas estilísticas de la arquitectura moderna me ha llevado a desarrollar cierto cariño por las edificaciones y las colonias de las que estas forman parte. Sin duda, esta obsesión se alimenta de la diversidad de periodos, estilos y tipologías de construcción de la vivienda que ha albergado a la clase media mexicana durante los últimos 70 años, misma que ha sido posible debido a la naturaleza siempre-cambiante de nuestra capital.
La mutabilidad de la urbe es provocada o corresponde a transformaciones que van más allá de los intereses estéticos, partiendo de aspectos que se relacionan con la economía, con las condiciones del mercado, las políticas públicas, la rentabilidad y explotación del suelo.
Factores como estos alejan cada vez más a los cuidados que a mediados del siglo pasado parecían favorecer la permanencia de un inmueble a través de ciertas decisiones formales y estéticas en la decoración, el acabado de los detalles, la durabilidad de los materiales y la calidad espacial, hoy abandonados al priorizar lo inmediato siempre en relación con la rentabilidad de un terreno.
¿Qué datos de la realidad arroja el desplazamiento de la incorporación de elementos de diseño como rejas, macetones, celosías y escalinatas, construidos en materiales perdurables como mosaicos venecianos, granito, mármol, ónix, hacia su total omisión en años recientes?
Si decidiera mapear mi bitácora, las direcciones anotadas —en cuyos edificios abunda lo decorativo— abarcarían vecindarios que se concentran en zonas específicas. Entre más centralizado, más plusvalía que desemboca en una segregación en relación con otras colonias alejadas. En este sentido, la arquitectura funciona como un símbolo de estatus que refleja y acentúa las diferencias de clase.
En Castles, su más reciente exposición individual, Débora Delmar dispone cuatro obras de gran formato que parecen circular alrededor de esta última idea. El conjunto de piezas sugiere una conversación acerca del espacio doméstico, la arquitectura de la vivienda, los valores inmobiliarios y las consecuencias sociales que estos desencadenan. En el espacio de la galería se despliega, desde la construcción de un muro falso del cual cuelga un cartel con un número de exterior, un inflable blanco con forma de castillo; Cuatro rejas de metal color negro mate; un andamio amarillo recubierto por una lona de mesh greige, un tono que no es ni gris ni beige, la cual ilustra la fachada del castillo de Chapultepec; un llavero.
Débora toma símbolos, ya sea cotidianos —una tipología popular de una reja— o de poder —el castillo de Chapultepec— y al abstraerlos logra traer a la mesa problemáticas globales actuales como el cambio del paisaje urbano tras procesos de gentrificación, desalojo y sus estrategias.
Poco a poco ha ido desapareciendo el interés por adornos adosados a las estructuras de los edificios, siendo suplidos por soluciones que neutralizan la visualidad del diseño, “limpiando” y homogeneizando su aspecto. El fenómeno de la greigeización que plantea la artista, al pintar los muros de la sala con esa tonalidad, remata la idea de que el blanqueamiento y la inclinación por el orden responden a una aspiración por un estatus que termina por fragmentar y dividir a lo social.