Un Bilezote (Samuel Nicolle, 2021-2022) a punto de acabarse, como si lo hubieran mordido. Color melón. Grande, me llega a la cintura. ¿Qué parte del cuerpo pintará?, ¿me podría sentar en él?, ¿imprimar? MDF con laca automotriz para el empaque negro, cerámica fría para la materia. Recordamos los labiales que nuestras mamás nunca tiraban, que olían mal cuando te los ponías, que se quedaban esperando el siguiente acontecimiento. Gaby Cepeda, quien curó Arte de zorras junto a Natalia de la Rosa y Lic. Sniffany Garnier Odio, me dice: placer. “La zorra de esta exhibición reivindica su propia agencia, su poder de decidir sobre el cómo y cuándo de su placer y la soberanía de su deseo. Esta zorra es más cercana al ocio y al deleite, desdeña el trabajo y no busca remuneración, todo lo que hace, lo hace por gusto”, escriben en la hoja de sala. Pienso que la zorra es un síntoma (la repetición en el cuerpo de obra de varixs artistas de esa sensación), y su lectura una figura de pensamiento en tanto topología donde se ensambla un común. Celebro la curaduría porque conforma una mirada (((epistémica y corporal. Place))) y nos deja ver algo que estaba ahí, pero que no tenía nombre; ahora se llama arte de zorras. Gaby me dice que querían deslindar a la zorra del cuerpo antropomorfo sexualizado (((hay un cuerpo sobre la pared, ocupando un gran espacio, Palo bolero (Triste Trópicos, 2022), pero no reproduce un estereotipo, sino estropea varios. Vemos unx cuerpx dragueado digital en cuclillas, acompañadx de ratas en un balneario mexicano, en el agua flota un perrito de Koons))). Camino a comer Gaby me habla de la fe que tiene en los objetos y lo que accionan. Vuelvo a Trans Misión Automática (Katia Tirado, 2017), una fuente hecha con una transmisión de trailer que chorrea y salpica el piso, en mis notas leo: “No todo cuerpo chorreante es un cuerpo encuerado”. No es la eyaculación como acontecimiento, sino la repetición continua de una sensación palpitante. Creo que es mi pieza favorita de la expo, no sólo porque quiebra la relación sujeto que acciona-objeto pasivo, también porque sostiene un placer que no pasa por el éxtasis máximo, por la gloria heroica de un sublime alcanzado.
Isaac Olvera, TxstdTmpc, 2019 (still). Foto: Onda MX
Arte de zorras me hace pensar en I love Dick de Chris Kraus, en su modo de quebrar la biografía como linealidad, como identidad, para presentarla en distintos ensamblajes: su relación con su esposo, la fantasía que sostienen sobre un tercero: lo que le escriben, el modo en que lo inventan, la vulnerabilidad de no enunciarse desde la identidad y sus propiedades sino desde las alianzas y cortes que van conformando lo que ella va siendo, sin nunca llegar a la completud de su propia persona-personaje. Creo que hay una operación parecida aquí, no se trata ni de definir al placer ni mucho menos a la zorra y su arte, sino de enunciar distintos devenires (((Lace. Siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de vida que atraviesa lo vivible y lo vivido… Devenir no es alcanzar una forma (identificación, imitación, mimesis), sino encontrar la zona de vecindad, de indiscernibilidad o de indiferenciación. Deleuze en Crítica y Clínica))). Es decir, dislocar el placer de su binarismo sado-maso, activo-pasivo, para colocarlo en un gerundio rítmico, siempre en tensión con otras transparencias y opacidades. Pienso en los paneles de Aby Warburg, en la condición necesaria del conjunto para hacer cuerpo, y entonces síntoma, y entonces escritura sobre el propio panel, que es la superficie de registro. Desde aquí no hay posibilidad de aislar el sentido de una obra como única e irrepetible, si una obra existe y tiene algo de legible es por las coreografías que la acompañan y la abandonan entre tiempos colapsados y espacios diversos. “Glory Hole”: una risa forzada–una risa que emula al perverso televisivo–interrumpe y acompaña la narración de distintos espacios donde puede suceder el encuentro en la ciudad de Puebla. Vemos las imágenes de esos lugares, descuidados, sucios, solos sin los cuerpos, la escala de grises bien cuidada, casi imágenes documentales, ¿se podría leer esta obra–TxstdTmpc (Isaac Olvera, 2019)–como documental?, la información la obtiene de Internet, los espacios en las imágenes se sienten como cuando pasas enfrente de una cantina bien temprano y las luces blancas muestran las imperfecciones ¡todas! y el olor te hace querer vomitar. Pero en la noche, en la noche ese escenario fue otra cosa, la superficie del placer-Pace y la alucinación compartida. Vuelvo al Bilezote, a las plataformas desgastadas: Chancla (La Cholla Jackson, 2022) encima de un pedestal-caja de cartón, al dije en baño de oro libre de níquel y chispas de diamante sostenido por una cadena en perlas y broche de oro golfi: Zorra comunista (Tatyana Zambrano, 2021) y pienso que todos estos objetos se usan. Usar, accionar, circular. No son obras que te invitan a pensar una serie de ideas (críticas o no), sino objetos rastro que llevan consigo la impronta (real o fantasmal) de los lugares donde su acción sucedió en presente continuo. Me atrevo a apuntar que ahora, aquí, están tomando un descanso. El ritmo del placer y su necesidad de hueco, de vacío momentáneo (aunque el infinito quepa en un instante), de inercia. Los placeres imperceptibles para el ojo-ace. La vibra que carga un objeto. La escritura asémica o sintomática que tiene lugar ahí. Evitar pensar en el archivo, mirar más bien un palimpsesto. Quizá todo objeto es un objeto transicional.
Arte de zorras también presenta piezas de Betty Árbol, Madeline Jiménez Santil, Claudia Maté, Murakiit, Daniela Rossell, y un neón sobre la calle Juicy (2022) de Arte de Zorras. La muestra puede visitarse en General Expenses hasta el 17 de enero.