¿Cuánto espacio necesita un sueño? Christian Camacho en Sala GAM
por Julián Madero
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La verdad no se encuentra en un solo sueño, sino que forma parte de muchos sueños. — P. P. Pasolini, Las mil y una noches
Desde hace unos años, al observar las piezas de Christian Camacho sucede que me separo de mi cuerpo para acceder a un espacio dislocado, íntimo y anónimo. Sus piezas detonan esa metamorfosis particular al tiempo que me acogen cual hormiga diminuta y, a pesar de su pequeña escala, las percibo enormes. Creo que esta discordancia entre presencia material y despliegue simbólico, pertenece fundamentalmente a la literatura, estrictamente a la poesía. En la obra de Christian, un camello pasa por el ojo de una aguja.
En la vida, en la muerte y a la mitad, actualmente expuesta en la Galería de Arte Mexicano (GAM), presenta nueve lienzos de producción reciente en pequeño formato. Si bien el motivo musivo apareció en la obra de Christian desde 2019 –con pinturas que emulan mediante pinceladas cortas el teselado típico del mosaico– esta muestra despliega un conjunto coherente y certero, que evidencia el desarrollo de una investigación formal y conceptual en torno a la relación mosaico-pintura. Las piezas dispuestas en Sala GAM, empotradas al muro, se antojan modestas, con bastante espacio entre ellas, de modo que no se imponen al lxs espectadorxs, sino que más bien piden acudir a su encuentro. Recuerdan, al primer vistazo, las salas de museo destinadas al arte antiguo: vestigios y documentos, vida cotidiana de civilizaciones extintas.
Christian Camacho, Noticias de Odessa, los colores soviéticos y la escuela No.34 (V. Tsiupko)', 2022 (detalle). Cortesía de la Galería de Arte Mexicano.
El tema de las piezas hace otro tanto, al evocar momentos clave de la historia del arte: acá, en el retrato de una mujer con celular en mano, reconocemos el colorido soviético; allá, en ese muestrario de tenis, el asàrotos òikos o “suelo sin barrer” romano; en aquél charco, la ilustración naturalista del siglo XIX; algún aquelarre místico protagonizado por perros; un dibujo que parece el prototipo de la cosmogénesis kleeniana; un mural del sistema nervioso como divinidad romana; una cortinilla televisiva de divulgación científica; un ícono de carpeta digital al estilo bauhausiano; un esqueleto en su tumba, plácidamente dormido… entradas históricas que se arremolinan y alejan, índices que arrojan pistas inciertas.
Christian Camacho, Los perros invocan al cometa, 2023. Cortesía de la Galería de Arte Mexicano. Foto: WhiteBalance
Vista de cerca, cada pintura enuncia su singularidad. Las referencias históricas, así como las anécdotas de su concepción, se desdibujan frente a la alegre vibración de los colores. El ritmo de las líneas, con acentos y remates de tono y matiz, que de ningún modo son pixeles porque no obedecen a una trama ortogonal, danzan serpentinas a la vista. Bailan los tenis en armónica partitura que viene y va, secundados por la cenefa que sube y baja. Chisporrotean pinceladas con ánimo de tesela desprendida. Bailan los perros de puro gusto por el naranja durazno que los cohesiona. Las formas ceden: el ataúd de la calavera se doblega a su descanso, adoptando la posición semi fetal. Y no es Cristo quien mira, sino el Cíclope que, con idéntica irradiación bizantina, sostiene la E de Energía. La mano muta y se hace neurona que piensa.
Christian Camacho, Feliz como lombriz, 2022. Cortesía de la Galería de Arte Mexicano. Foto: WhiteBalance
La obra de Christian abre boquetes en los estratos, cruza fronteras y colapsa el departamento de fine arts con el de papelería; el dato erudito y el fan art. En la ejecución de sus pinceladas-teselas percibo la serena calma de quien camina sin prisa. El trazado a lápiz de las formas y patrones, que se revela sutil, aparentemente intuitivo, sin “la regla que corrige la emoción” (quizás porque ya ha sido dispuesta antes como regla del juego), erosiona la ilusión muralística develando el apunte escolar.
Todo se reduce, o vuelve, al problema de la superficie: la luz –o la sombra– de los colores. Camacho se presenta en esta serie, a mi parecer, como un sensible compositor que pinta canciones de cuna para una civilización en decadencia. Dormiremos felices bajo sus mosaicos, escuchando el canturreo de un campesino ruso: dos metros de tierra, de la cabeza a los pies, era todo lo que necesitaba.